Sí, así quiero comenzar a escribir esto, con un título ya dicho, con un título existente de un libro existente, de un autor muy conocido, Fernando Vallejo, pero este escrito no es sobre él, sino sobre mí.
De esos anhelados días, que ya no volverán, bueno, volverán por el laberinto de la memoria. Nunca podré olvidar esa casa, la que me cobijó por muchos años, y la que al mismo tiempo me arrancó las raíces, y me corrió dos veces. Cálido y frío, siempre fue así. Días interminables de juegos con mis hermanos, de maullidos, de televisión, de frituras, del aroma a guiso de mamá, de su eterno perfume. Mis padres, serenos, amorosos, confiados. Yo, una niña, tímida, miedosa, ignorante. Sueños, sueños color azul. Pensamientos, letras, papel. Pero era yo, siempre conociéndome, siempre inspeccionado mi interior, gran instrospección, nadie podía venir a decirme quien era yo, porque yo sola me conocía. Dudo que haya personas que se conocen. Creen conocerse. Si no piensan, no se conocen, no reflexionan ni sus propios actos, no recuerdan ni lo que hicieron ayer. He cambiado, siempre fuie misántropa, odioaba la muchedumbre, el vulgo... esa gente que se aglomera por todo, por sus partidos de futbol, por sus apoyos políticos, por aborazada, siempre odié las filas, hacer fila para mi era estúpido, era seguir un orden de algo estúpido. Sí, he cambiado, no sé si para bien o para mal, la verdad es que poco me importa.